Los rayos UV modifican las características químico-físicas del cabello mediante la foto-oxidación. Atacan la queratina de la cutícula, la capa protectora exterior: crean pequeñas fracturas a lo largo del tallo y, en casos extremos, la destruyen, dejando al descubierto la capa subyacente (corteza). El calor y la humedad facilitan estos procesos destructivos, favoreciendo la formación de radicales libres, responsables de la oxidación. En la playa, el efecto nocivo del sol se suma a la deshidratación provocada tanto por la salinidad del mar y del aire como por el viento.
¿El resultado? El cabello quebradizo a la vista parece seco, sin brillo, con su color natural o cosmético desvanecido; mientras que al tacto es quebradizo, propenso a romperse, fácilmente con las puntas abiertas. En la peluquería, el cabello dañado es más sensible, pero al mismo tiempo menos "dócil" a los tratamientos, que por lo tanto son menos eficaces.
Los cabellos que más sufren en verano son los claros y los blancos, debido a la falta o ausencia de melanina, que protege, al menos en parte, los cabellos castaños o negros. El cabello fino, que por razones genéticas o de otro tipo tiene un córtex más fino que la media, también se daña más fácilmente. También hay numerosos factores individuales que pueden agravar los daños del sol y otros factores de estrés del verano: la dieta, el estilo de vida, la medicación, etc.